Jorge Aranda Ortega es Ayudante del CDA y estudiante del Programa de Magíster en Derecho de la Universidad de Chile.Esta entrada tiene un cariz personal, y por ende algo distinto, a los tradicionales artículos que el lector ha encontrado en este blog. Esta se ha inspirado en la experiencia vivida durante los meses de práctica profesional realizada en la Coorporación de Asistencia Judicial de
San Vicente de Tagua Tagua. En dicha ciudad hallamos, ya fuere por mero azar o por contumacia costumbrista, una buena calidad de vida. El transporte público más utilizado es la bicicleta, el edificio más alto con suerte tiene cuatro pisos, y todo parece marchar con calma.
En ese contexto el retorno a Santiago no puede sino significar un gran cambio, dejar atrás esa postal de tintes bucólicos, y volver a acostumbrse a la tensión que nuestra magna urbe parece haber asumido con sus aspiraciones de grandeza. Con cierta inocencia debo aseverar que en pocos meses olvidé los atochamientos del metro, los embotellamientos, la veredas colmadas de peatones en el centro, por nombrar algunas cosas. Volví a nuestra Facultad, y vi nuevas moles vecinas alzándose, queriendo dar una nueva faz de incómodo progreso a la bohemia Bellavista,
pese a las denuncias manifestadas por la comunidad en razón de los impactos ambientales que causan los nuevos proyectos, más allá del eventual chauvinismo institucional que puedan despertar nuestros nuevos vecinos en el orgulloso estudiantado de nuestra escuela.
Esta experiencia me ha llamado ha plantear ciertas preguntas: ¿Realmente queremos tener por domicilio una ciudad que se proyecta en función de una utopía de progreso ilimitado, llena de construcciones y tensión que nos colman de comodidades, pero que a ratos se tornan innecesarias y hasta dañinas? La planificación urbana es un tema pendiente en Chile, y particularmente en Santiago, y la opinión de nosotros los ciudadanos parece desoída en la mayoría de los casos. ¿Es posible democratizar la urbanización de Santiago? ¿Es posible una urbe de grandes dimensiones de un modo sostenible? Esta entrada es una divagación sobre estas interrogantes.
Al parecer la participación ciudadana es la gran ausente en la planificación de Santiago, más aún cuando buena parte de los proyectos inmobiliarios son sometidos sólo a declaración de impacto ambiental, obstando así la participación ciudadana prevista en la ley 19300 en el contexto de los estudios de impacto ambiental. En este sentido, el bullado
plebiscito en Vitacura, en el cual los vecinos de esa comuna tuvieron la oportunidad de expresar su rechazo al cambio del plan regulador, destinado a aumentar la altura permitida en el sector ubicado entre las calles Jose María Escrivá de Balaguer, Las Encinas, Guaraníes y el Club de Polo San Cristóbal, es un ejemplo a replicar.
Así, con poética sabiduría, Walt Whitman ya nos decía en su
“Canto del Hacha” que:
“...El lugar de la gran ciudad no es... el lugar de los edificios más altos y costosos... (sino) donde la ecuanimidad se demuestra en los hechos... Allí se alza la gran ciudad.”Igualmente, dado que nuestras urbes chilenas están en pleno proceso de expansión y edificación (y considerando que la capital es un patrón a seguir en muchos casos) no estamos erigiendo nuestro Santiago con miras a la sostenibilidad, pensando en una ciudad para las próximas décadas, donde los combustibles fósiles serán escasos, y la eficiencia energética será tan cotidiana como necesaria. En este sentido, China está a la vanguardia con la ciudad planificada de Dongtan, considerada una de las diez nuevas maravillas de la arquitectura del milenario país, y donde el arquitecto chileno Alejandro Gutierrez trabaja arduamente. En esta urbe se planea, además de efectuar un diseño que evite inundaciones y planificando una densidad poblacional de 125 habitantes por hectárea, utilizar las cascaras del arroz procesado para generar electricidad destinada a iluminar la ciudad, constituyendo una innovación digna de ser aprendida.
En Chile no todo es tan malo como podría pensarse, porque hay investigadores trabajando en estudios por una mejor urbe. Así, el proyecto Risk Habitat Megacity, desarrollado por la Helmhotz Association de Alemania, junto a la Cepal y a universidades nacionales, donde destaca la Universidad de Chile, se estudia un modelo de ciudad sostenible en base al caso de nuestra capital.
Para terminar, insistí con la palabra domicilio en el título de esta entrada no por mera casualidad lingüística, sino por su connotación jurídica: el código civil nos dice, en su artículo 59, que domicilio es la permanencia objetiva en un lugar, o residencia, unida al ánimo real o presuntivo de permanecer en ella. En las provincias, con justa razón, y no poca picardía, dicen que a todo santiaguino si le dan la posibilidad de irse de Santiago, lo haría si no sacrificara su empleo, o dicho de otra forma... ¿Realmente la mayoría de los santiaguinos tiene un ánimo real de permanecer en esta urbe que tiene por residencia? Francamente, y me incluyo, dudo que Santiago sea el real domicilio de todos nosotros. Con todo, el legislador fue muy astuto: un elenco de presunciones nos mantiene domiciliados en una ciudad que cada día nos gusta menos.