Una licencia de la editora: Nos salimos excepcionalmente del Derecho Ambiental para contribuir a la difusión de este artículo del Rector de nuestra Universidad, Prof. Víctor Pérez Vera, publicado hoy en la página A2 del diario El Mercurio.
"...Hoy vemos como muchas personas con potencial de liderazgo en las diversas áreas se forman en ambientes con poca o casi ninguna diversidad valorativa...".
Víctor Pérez Vera
Víctor Pérez Vera
Rector de la Universidad de Chile
Diversas publicaciones han venido señalando que la gran mayoría de los líderes sociales, políticos y empresariales que tienen sobre 50 años se formaron en la educación pública, y muchos de ellos en el Instituto Nacional y en la Universidad de Chile; y que, en cambio, los menores de 40 años la gran mayoría se formó en un muy reducido grupo de colegios y universidades particulares.
Este cambio no es menor, pues tiene que ver con la pregunta acerca de cuáles son los ambientes en que hoy se están formando las futuras elites del país. Y cuando hablo de elite no me refiero únicamente a los cuadros dirigentes -aquellos que serán responsables de tomar decisiones que tienen impacto directo sobre la vida de la comunidad nacional-, sino también a quienes con su actividad intelectual y creadora van forjando nuevos modos de comprender y transformar la realidad, van abriendo nuevos espacios para la existencia individual y colectiva, y también a aquellos que con su iniciativa emprendedora aportan al crecimiento económico del país.
Esta pregunta es respondida día a día por nuestro sistema educativo, afectado de severas desregulaciones y de inequidades flagrantes, tanto en los que concierne al acceso de la población como a las diferencias de calidad que a menudo son abismales. Y esa respuesta cotidiana, que se ahonda progresivamente, sin que se reflexione suficientemente acerca de lo que su profundización está incubando, hace caso omiso de todo punto de vista que reclame la definición de los ambientes en que las elites deben ser formadas si de verdad queremos tener un país más solidario, más justo, más equitativo, más sensible a las carencias, más abierto a la diversidad, y libertad individual.
Es un cuadro, el de hoy, muy distinto al que construyó la república y estableció los contenidos de la identidad, y la pertinencia histórica del pueblo chileno. En el pasado -que sigue haciéndose sentir, pero con clara pérdida de terreno- los estadistas, los políticos, los profesionales, los intelectuales y los artistas, y también un número desdeñable de los principales agentes del crecimiento del sistema económico se formaron en un ambiente de diversidad, de tolerancia de respeto y libertad intelectual, en un ambiente laico, ciertamente no exento de ideología, pero sin los sesgos excluyentes que muestran aquellos establecimientos e instituciones que se fundan en una visión de mundo particular.
Hoy, en cambio, vemos cómo muchas personas con potencial de liderazgo en las diversas áreas se forman en ambientes con poca o casi ninguna diversidad valorativa -y, en algunos casos, altamente sesgados-, muchas veces con un profundo desconocimiento de lo que sucede en el país real, y con una mirada que ve con temor la diversidad, y que siente una sorda amenaza en lo que no cuadra con sus particulares concepciones de la sociedad, la cultura, la historia. Este esquema se consolida sin contrapeso, cerrando la puerta no sólo a las demandas e inquietudes del resto de la comunidad, sino que también al potencial de innovación y transformación que late en ella, y sobre todo, en nuestra juventud la que día a día da muestras de que no se ve representada para nada con este esquema.
¿Qué podríamos esperar si las políticas públicas y el diseño de nuestro mismo modo de vida se entregaran sin reservas a elites que viven de espaldas a la realidad del país? ¿Cómo podríamos creer que tendrían efectiva sensibilidad con respecto a las escandalosas carencias y diferencias que aquejan a los menos favorecidos y a los marginados? ¿Cómo podrían entender lo que significa una democracia real, construida bajo la representación de todos en todos loa ámbitos de la sociedad, lo que hace realidad la no exclusión, y que sólo se aprende a través de exeriencias de vida expuestas a la diversidad y a la tolerancia, y como un proceso de adquisición lento y profundo de valores?
Buena parte de la clase dirigente progresista olvida que en la formación de las elites está en juego la definición del país futuro y la preservación de la democracia.
Chile necesita fortalecer decididamente su educación pública. El estado debe asumir su responsabilidad esencial en este fortalecimiento, y entre él y sus instituciones deben establecerse las bases de sustentabilidad que proyecten la educación pública, de manera que las elites ahí formadas puedan responder con excelencia, innovación y sensibilidad social a los desafíos que plantea el siglo XXI.
Este cambio no es menor, pues tiene que ver con la pregunta acerca de cuáles son los ambientes en que hoy se están formando las futuras elites del país. Y cuando hablo de elite no me refiero únicamente a los cuadros dirigentes -aquellos que serán responsables de tomar decisiones que tienen impacto directo sobre la vida de la comunidad nacional-, sino también a quienes con su actividad intelectual y creadora van forjando nuevos modos de comprender y transformar la realidad, van abriendo nuevos espacios para la existencia individual y colectiva, y también a aquellos que con su iniciativa emprendedora aportan al crecimiento económico del país.
Esta pregunta es respondida día a día por nuestro sistema educativo, afectado de severas desregulaciones y de inequidades flagrantes, tanto en los que concierne al acceso de la población como a las diferencias de calidad que a menudo son abismales. Y esa respuesta cotidiana, que se ahonda progresivamente, sin que se reflexione suficientemente acerca de lo que su profundización está incubando, hace caso omiso de todo punto de vista que reclame la definición de los ambientes en que las elites deben ser formadas si de verdad queremos tener un país más solidario, más justo, más equitativo, más sensible a las carencias, más abierto a la diversidad, y libertad individual.
Es un cuadro, el de hoy, muy distinto al que construyó la república y estableció los contenidos de la identidad, y la pertinencia histórica del pueblo chileno. En el pasado -que sigue haciéndose sentir, pero con clara pérdida de terreno- los estadistas, los políticos, los profesionales, los intelectuales y los artistas, y también un número desdeñable de los principales agentes del crecimiento del sistema económico se formaron en un ambiente de diversidad, de tolerancia de respeto y libertad intelectual, en un ambiente laico, ciertamente no exento de ideología, pero sin los sesgos excluyentes que muestran aquellos establecimientos e instituciones que se fundan en una visión de mundo particular.
Hoy, en cambio, vemos cómo muchas personas con potencial de liderazgo en las diversas áreas se forman en ambientes con poca o casi ninguna diversidad valorativa -y, en algunos casos, altamente sesgados-, muchas veces con un profundo desconocimiento de lo que sucede en el país real, y con una mirada que ve con temor la diversidad, y que siente una sorda amenaza en lo que no cuadra con sus particulares concepciones de la sociedad, la cultura, la historia. Este esquema se consolida sin contrapeso, cerrando la puerta no sólo a las demandas e inquietudes del resto de la comunidad, sino que también al potencial de innovación y transformación que late en ella, y sobre todo, en nuestra juventud la que día a día da muestras de que no se ve representada para nada con este esquema.
¿Qué podríamos esperar si las políticas públicas y el diseño de nuestro mismo modo de vida se entregaran sin reservas a elites que viven de espaldas a la realidad del país? ¿Cómo podríamos creer que tendrían efectiva sensibilidad con respecto a las escandalosas carencias y diferencias que aquejan a los menos favorecidos y a los marginados? ¿Cómo podrían entender lo que significa una democracia real, construida bajo la representación de todos en todos loa ámbitos de la sociedad, lo que hace realidad la no exclusión, y que sólo se aprende a través de exeriencias de vida expuestas a la diversidad y a la tolerancia, y como un proceso de adquisición lento y profundo de valores?
Buena parte de la clase dirigente progresista olvida que en la formación de las elites está en juego la definición del país futuro y la preservación de la democracia.
Chile necesita fortalecer decididamente su educación pública. El estado debe asumir su responsabilidad esencial en este fortalecimiento, y entre él y sus instituciones deben establecerse las bases de sustentabilidad que proyecten la educación pública, de manera que las elites ahí formadas puedan responder con excelencia, innovación y sensibilidad social a los desafíos que plantea el siglo XXI.
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