Es recurrente oir de una crisis financiera mundial acarreada por la especulación de las llamadas hipotecas “de papel”, mas los diversos gobiernos de los países del primer mundo han adoptado rápidamente medidas para detener los efectos de ésta, que bien podrían ser peores.
Ante lo vertiginoso de los mercados se requiere de respuestas rápidas para hacer cortafuegos a la llama del pesimismo, pero... ¿Qué pasa con la rapidez que se requiere para afrontar los problemas ambientales, donde los ecosistemas son esencialmente dinámicos? ¿Cómo debemos afrontar este dinamismo en la constante presión, y consecuencial deterioro, en el aprovechamiento de nuestro entorno? Esto es algo que no es tratado abiertamente, pues parece carecer de las prepercusiones mediáticas de la crisis subprime.
Para abordar este tema, la World Wildlife Fund en conjunto con la Sociedad Zoológica de Londres han creado el llamado Informe Planeta Vivo 2008, donde mediante cietos indicadores se estima un índice de crédito o débito ambiental, en razón de cuanto impacto ambiental promedio, o huella ambiental, generado por una persona puede ser absorbido por una hectárea promedio de terreno de biodiversidad relevante, llamada hectárea global, con miras a la regeneración del planeta en su conjunto. El resultado global es aterrador: de todas la áreas disponibles en el planeta, 2,1 hectáreas globales pueden ser destinadas para absorver los impactos ambientales generados por una persona, mientras que cada persona promedio genera un impacto tal que se requieren 2,7 hectáreas globales para ser absorbido, o dicho de otro modo, hay un margen de 0,6 hectareas globales que deberían existir para hecer sustantable nuestra vida en planeta y no existen, destruyendo nuestro entorno de modo acelerado.
La lista de países más insustentables la encabezan China y EE.UU., necesitando cada ciudadano estadounidense 9,4 hectáreas globales para asbsorber los impactos ambientales de su forma de vida. Chile es el quinto país en la región (luego de Paraguay, Panamá, México y Uruguay), con una huella ecológica de 3 hectáreas globales por persona, superando por 0,9 el margen actual de sustentabilidad.
Así, voces como la de Christoph Heinrich, director de WWF Alemania, advierten con justa razón que “la crisis ecológica nos afectará mucho más que la crisis financiera y pondrá en peligro tarde o temprano el bienestar y el desarrollo de todas las naciones”. El mensaje es claro: no podemos seguir despilfarrando nuestros recursos naturales, y consecuencialmente, el entorno al cual están indisolublemente ligados.
En consideración a que éste es un problema de dimensiones globales, se requiere de respuestas globales, tal como lo plantea fervientemente, y desde una perspectiva jurídica, el profesor Bob Percival de la universidad de Maryland. Así, de alguna manera resulta alentador que el recién electo presidente de los EE.UU. Barack Obama haya anunciado en su campaña presidencial un plan de reducir para el año 2050 un 80% de las emisiones de su país respecto a las de 1990. Además, estima que es necesario una actuación global para combatir el calentamiento global, proponiendo el retorno de EE.UU. al Convenio Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático.
Igualmente... ¿Que puede hacer Chile en este escenario global tan complejo? Primero que todo, deberían adoptarse medidas serias y concretas, tanto políticas como legislativas, respecto al déficit existente en materias de áreas silvestres protegidas, que tan necesarias son para perseverar en la conservación de hectáreas relevantes para la absorción de la huella global de cada ciudadano chileno y del mundo. No es un misterio que Chile esté atrasado en esta materia, tal como Paulina Gálvez lo delata con sobresaliente acertividad.
Desde esta perspectiva, las áreas silvestres protegidas deberían ser concebidas no sólo con fines paísajisticos o de conservación de especies relevantes, sino también con la finalidad superior de absorber nuestros impactos ambientales, y posibilitar la regeneración de los ecosistemas.
Sobre las características de esta crisis hay quienes van más allá. Por ejemplo, Enrique Leff, quién recientemente dictó una clase magistral en nuestra facultad, el día 7 de noviembre del presente año, asevera que esta crisis pasa por deficiencias en la actual teoría del conocimiento, donde el actual planteamiento de las ciencias desde una perspectiva especializada en lugar de una integrada, y donde el centro de atención de los estudios se centra en los meros objetos y no en las relaciones dinámicas que entre ellos se verifican, redunda en una incapacidad metodológica para comprender el medio ambiente, y de ahí el fracaso en como las distintas ramas del conocimiento tratan de abordar el problema sin entregar soluciones concluyentes.
Finalmente, estimo que como seres concientes debemos ser sumamente autocríticos con nuestras conductas de consumo. Alcanzar y mantener el nivel de vida de países desarrollados nos llevará impajaritablemente, y de forma acelerada, a una crisis ambiental, crisis donde cada estado no podrá invertir de golpe inusuales cantidades de dinero para frenar la debacle tal como lo han hecho con la bullada crisis subprime, y justamente ahí, en las nulas posibilidades de frenarla o mitigarla cuando parezca inevitable, es donde radica la eventual calamidad de esta otra crisis.
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